Don Luis Alberto Aristizabal Ramírez de 62 años es de esas personas que no hacen ruido, pasa inadvertido, es orgullosamente lustrabotas; camina lento y habla pausado, es un hombre un tanto tímido, si le hablas te habla, habla poco, pero trabaja mucho.
Su sencillez y su acento educado, hablan de un hombre de origen humilde que nació en Santa Rosa de Cabal. Es un hombre de corazón grande, se nota en sus pocas palabras; pues no hay nada que refleje mejor el interior de una persona que su propias palabras; pocas, pero son suficientes para uno darse cuenta quién es él.
Proviene de una familia numerosa de 13 hermanos que en algún momento sus padres don Pedro Luis y Doña María de Jesús conformaron y de los 13 hermanos, 6 han fallecido.
No sostiene la mirada de frente cuando habla, y mientras trabaja, clava sus ojos en los zapatos que lustra con destreza, la destreza que dan los 24 años que lleva ejerciendo este oficio.
El Gobernador siempre paga de más
Mientras habla pausado no duda en expresar su gratitud hacia el gobernador Víctor Manuel Tamayo Vargas, pues a él también le lustra los zapatos. “El Gobernador me manda los zapatos con la secretaria, se los lustro y me paga siempre mucho más, no acepta que le dé el cambio, es un buen hombre, llevo 8 años atendiéndolo”.
Don Luis habla, pero no mira a su entrevistador, hace pausa para hablar, la entrevista se hace lenta y vuelve a referirse al Gobernador y reconocer en él a un hombre sensible, porque recuerda con gratitud que también ha sido beneficiado con mercados; pero sobre todo, no olvida que en diciembre no le falta el arroz, las lentejas, el aceite, los huevos, frijoles…recuerda muy bien todo lo recibido y por ello agradece.
Nunca ha olvidado al doctor
Siendo muy niño recuerda al “doctor”, una persona que laboraba en una tienda de electrodomésticos, quien le compró la cajita de embolador aquí en Pereira, le compró ropa, zapatos y le dio el primer empuje para que empezara a trabajar.
Deja entrever que se conmueve al hablar del “doctor”, dice que fue muy especial para él. No recuerda su nombre, pero no olvida la generosidad con la que lo trató, de cómo lo acogió y lo ayudó sin ningún interés.
“Yo mantenía por el parque La Libertad, allí conocí al “doctor”, me dijo que preguntara cuánto valía la caja de embolador y todos los implementos y cuando le dije cuánto costaba, me compró todo y me puse a trabajar. (No recuerda cuanto le costó la caja).
Mientras avanza la entrevista en el segundo piso de la Gobernación, don Luis no deja de saludar a los transeúntes quienes lo saludan; conocidos, secretarios del despacho, secretarias a quienes también le lustra los zapatos; todos lo saludan con afecto, mientras saluda, no deja de trabajar.
Me conmueve su timidez, la que por momentos le frena un poco al hablar y hace pausas un tanto largas, pero soy paciente, estoy descubriendo a un ser extraordinario que se esconde tras su cajita de lustrabotas, su gorra y tapabocas; y que muchas veces pasa desapercibido pero que tiene una vida ejemplar de lucha, de trabajo, de constancia, un ejemplo de laboriosidad.
Martes, jueves y viernes
Estos son los días en los que con su cajita de lustrador en mano don Luis visita el palacio de la Gobernación. Vive en La Romelia y a las 6:00 de la mañana sale de su casa y se recorre los 5 pisos del palacio gris, las secretarías y oficinas de abajo arriba y de arriba a bajo.
Se pasea mirando zapatos de hombre y de mujer, no le va mal, siempre hay alguien a quien pulirle los zapatos. Suele cobrar 4 mil pesos por lustrada, pero por lo general le dan propinas y se hace entre 40 y 60 mil pesos diarios.
Cuando no viene a la Gobernación, trabaja vendiendo ponche en Dosquebradas, no descansa. Vive con su esposa y dos hijas y una nieta que es su adoración. No tiene casa propia, vive en la casa de un familiar y da gracias por lo que tiene, dice que no es mucho, pero es suficiente.
Mientras hablo con él no me mira, le pido que mire para hacerle una foto, prefiere esconderse tras su gorra, pero apenas me da una oportunidad, le hago la foto, la única que pude hacerle de frente.
Me despido de él y apenas recibe el dinero se marcha lentamente en busca de más clientes piso arriba.
Sin duda, una vida y una familia forjada con una caja de lustrabotas que pudiera entenderse como muy poco y tal vez suficiente para él; y que para quienes tienen un poco más, a veces ni siquiera es suficiente todo lo que tienen.