El hastío a la generación Z ¿verdades o amarguras?
Por: Sofía Duque Aristizábal
“Si algo significa la libertad es el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír” George Orwell, Rebelión en la granja
Me pregunto en qué momento la llamada ‘revolución digital’ ha supuesto una popularización del perfil creativo que encarna como un deseo casi inherente en la generación Z, es decir, aquellos que nacimos entre mediados de la década de los 90 y principios de la década del 2000 por ser influencers, youtubers, gamers, empresarios; o simplemente, poseedores de un talento creativo o artístico.
A groso modo, la narrativa actual propone que cualquier expresión subjetiva de la personalidad, además de ser aducida a mi generación, debe ser por poco un acto de rebelión a las profesiones, hobbies, aspectos morales o ideológicos de nuestros padres y abuelos. Estamos en una época donde ser disruptivo, pertenecer a una comunidad determinada, estar de acuerdo con movimientos como el pride (respecto al orgullo gay) o como el feminismo no son opcionales sino, por el contrario, obligaciones para la mayoría de los jóvenes ¿o por qué otro motivo existe ansiedad, depresión, o sentimientos de no encajar a edades tan tempranas?
Sin embargo, esta narrativa actual no solo es posicionada y perpetrada por mi generación (Z) sino que viene acompañada del despliegue multiplataforma que suponen las redes sociales, las comunidades en línea, los blogs, las app musicales e incluso las plataformas de streaming; las cuales han cambiado la forma de mercadeo de las empresas tradicionales debido al afán de las mismas por migrar exitosamente al mundo digital, y por tanto terminan siendo actores pasivos en la construcción de dicha narrativa.
Según un artículo de CNN publicado en 2019 (a partir de las estadísticas presentadas por la revista de finanzas, Forbes) las diez personas con mayores ingresos en Youtube, youtubers de máximo 30 años, recaudaron un total de $162 millones de dólares en un año, lo cual equivale aproximadamente a $599.400 millones de pesos colombianos. Además, el periódico La República publicó en el mismo año una encuesta realizada por la empresa LEGO, la cual mostró que cerca del 30% de los niños en Estados Unidos y Reino Unido aspiran ser youtubers contra un paupérrimo 11% que aún sueñan con ser astronautas.
Tal vez, es por esto que el sueño de ser médico, ingeniero, físico, contador (por no mencionar lo ilusorio del periodismo como profesión en Colombia) se hace trizas contra el cambio despiadado del consumo mediático en tiempos digitales pues ¿para qué ganar mensualmente un salario mínimo colombiano de $980.657 pesos (incluido el subsidio de transporte) si se puede ganar $2 millones de dólares mensuales, es decir $7.400 millones de pesos, por hacer reseñas de juguetes en Youtube como es el caso del youtuber estadounidense de ocho años Ryan Kaji?.
En ese sentido cabe preguntarse qué futuro profesional, cultural y social nos espera a manos de nosotros, los creativos y siempre artísticos jóvenes Z con nuestro repertorio de follow, unfollow, unboxing, live, likes que parece arraigado en nuestro vocabulario. Como diría Fernando Pessoa en El desasosiego “estoy escribiendo, al final, para huir y rehuir” mientras veo reemplazar en las bibliotecas a Bukowski, Cortázar, Hesse por algún best seller del influencer de turno.